ALGUNOS DERECHOS RESERVADOS

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6/4/10

RETALES

SMALLTOWN ACTO 1
Un limpiabotas bruñe con fuerza el charol burgués de a dos euros. Un cuadro de invierno en el hielo, como la portada de un vinilo de villancicos. La Rambla con olor a clavel reventón acarminado en grana y oro. Domingo de bodas, novios en traje color escarcha, novias con vestidos de amapola algodonosa. Los tenderetes entre los alféizares, un mercadillo de griteríos barato, bonito, amiga, compra y los comercios; judías frescas, fresones, buñuelos de calabaza, carne de ternera envuelta en estraza, metros de cable, enchufes, figuritas de piedra chillona, DVD eróticos con actrices  chinas de infinitas uñas de porcelana. Quioscos empapelados de cromos de un rancio glamour, bonobuses de metro y postales de  toreros y alemanas en tanga.
E. llamaba gringos a los amigos que nos íbamos quedando atrás. Desde hacía diez años ella lo llamó a filas; guante esterilizado para la mano que aparta. 
SMALLTOWN ACTO 2
Sólo habita con intensidad quien ha sabido agazaparse. 
Un tren que pasa... quejido de silbato entre los álamos de la vereda. Ropa tendida en los balcones, un gato se despereza. Ivonne, un recuerdo.
SMALLTOWN ACTO 3
Una mujer rie al morder un pastel de crema. Una pareja se abraza ante un escaparate del Triangle. Un hombre enciende un pitillo y tira de la correa de su bulldog. Adolescentes arracimados en torno a la boca del metro, un grupo de chicos se tiran de las mochilas. Es viernes. Todo es a partir de, todo es desde ahora. La fascinación por el paisaje de la expectativa, de lo planificado, de lo futurible. Asegurarse la repetición. Asegurarse en la mitología. 
-Todo -me decía M. aquel día-, todo futurible es una quimera de la ternura. Incluye unas personas, unas personas cualquiera con una vida que es un puto coñazo y que, un buen día, salen de su casa y necesitan un recuerdo, una seducción que pinchar en el corcho de su memoria.
SMALLTOWN ACTO 4
-No, hoy no quiero levantarme... podríamos quedarnos aquí cuando cierren...
-Si nos hacemos los muertos...
-Mira, ya vuelve el sol...
SMALLTOWN ACTO 5
Sábanas tendidas en Riera Alta. Un magnetófono toca una melodía moruna. Pasan grupos mestizos, mulatos en ropa hip-hop. Centelleo de cadenas y anillos. Después, los cines porno, los sex-shops, clubes destartalados. Mosaicos rutilantes de celofán de colores en las puertas. Tailandes completo. Griego. Discreto. Después, la esquina de los camellos de cambio y extraperlo. La zona de las prostitutas de Elisabets ¡Hola guapo, setenta y completo! Vendedores, ancianas en las ventanas, las asiáticas ordenando supermercados, africanas vendiendo collares y chaquetas de cuero. La repetición como tragedia, como farsa. 
SMALLTOWN ACTO 6
Yolanda junto a Torrijos, entre tiendas de historia diseñada y restaurantes que sirven ocio enlatado en platos de Ikea. Frente a la puerta del cine, donde siempre reponen aquella de Almodóvar. En un escaparate breve con visillos sucios, un menú amarillento. Colometa aún se asoma al balcón del Diamant. Perros olisqueando las esquinas. Olor de orín junto a las rejas de la iglesia. En una placeta, mesas de cámping, cervezas entre amigos de jueves por la tarde. Palomas se disputan una galleta de niño extraviada. Tardes resplandecientes de junio, mapas del vietnam de la memoria. Una cocina menuda y amontonada, estanterías de vinilos resecos, peceras de conchas, figuritas de marfil con forma de oso. M. lo notó mucho antes: Se parece a aquel piso que tuvimos una vez.
SMALLTOWN ACTO 7
-Le recuerdo que este piso es para uno. La puerta de abajo se cierra a las diez. La lavadora funciona a 125. Le he dejado dos lamparitas para leer. Sepa que la fianza y la mensualidad habrán de estar antes del cuatro. 
Olor a naftalina, visilos arrugados. Echo de menos la yema de sus dedos.
SMALLTOWN ACTO 8
Durante un mes, cada tarde, a eso de las seis, nos encontrábamos bajo los pies del magnánimo Colón entre gaviotas y olor a salitre. Ella con su cámara y sus medias rotas, vestida de Marilyn del siglo veintitres. Yo con mi cuaderno donde intentaba, una vez mas,  este libro ¿éramos reales? ¿acaso previsibles? 
SMALLTOWN ACTO 9
La brecha entre necesidad y pérdida. Entre testimonio y olvido. Escribir a partir de ella... sólo de ella... Sobrevivir, una vez más...
S.T.
c) http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/

Del texto: Sílvia Tena


21/3/10

LA DIGNIDAD DE VIVIR

"Sólo hay algo más trágico que el sufrimiento; la vida de un hombre feliz". Son palabras de Albert Camus que encuentro escritas en un pedacito de papel doblado entre mis viejos libros. Es domingo por la mañana. El sol de las primeras horas de primavera entra en mi estudio. Todos duermen.
Rebusco entre mis libros y cuadernos, una parcela de aire del pasado, una ventana a un cielo protector al que contemplar. Y me pregunto si la felicidad es ese estado de inocencia infantil al calor del sol y el mar, donde se oye el rumor de promesas cerca de las orillas anheladas del destino. Un ideal en el recuerdo descosido, por cuyas deshiladuras se cuelan voces, olores, atardeceres de otoño, aquella vieja música... Alguien dijo que es por que nada se sostiene hasta el final, por lo que nada se mantiene en esta vida más allá de un ir y venir en nuestras vidas. Como un rumor de olas, como unos acordes desgastados...
Y un buen día, buscamos entre los hilos del alma aquel absoluto que creímos conocer. Y lejos de querer olvidarla, sufrimos por no poder poseerla. Agazapada tras las trincheras de la miseria de uno mismo. En el refugio que da el olvido de aquellos días de inocencia, donde toda lucidez daba paso a una explosión de vida incontenible, inabarcable, donde las risas y el aire eran el único sustento.
Hoy no necesitamos esperanza, necesitamos olvido. Olvido del recuerdo para volver a vivir, a puerta cerrada, con el amigo verdadero. Regresar a ese lugar en que las palabras jamás se volvieron en contra.
Nunca pude renunciar a la luz de vivir, al hálito del mero existir... a la vida libre y desbocada del corazón sincero, de las palabras sin diseñar, del brote imparable del afecto no disimulado. En una palabra: Vivir. En la compañía de esos hombres silenciosos que sólo aguantan en el mundo la vida que se les concede por el recuerdo y el regreso fugaz de una breve y libre sensación de felicidad.
"La lucidez -dijo René Char- es la herida más cercana al sol". Hoy, años después ese sol entra de nuevo en mi ventana en esta mañana de incierta primavera de domingo donde, todos -todavía- viven, todavía duermen.
S.T.

c) http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/
Del texto: Sílvia Tena

22/1/10

LORCA IN MEMORIAM


Si me han de matar mañana
cien trompetas negras resuenen en las lomas de tu vientre.
Desiertos de arenas blancas cubran los pozos del deseo,
marchitas las plumas de antiguos versos olvidadas.

Si me han de matar mañana
escalar en tu recuerdo embalsamado quiero.
Playas de concha nacarada, cantos de alondras
en océanos de cobalto embravecidos de naves quebradas.

Tu espíritu de cristal respirar
mientras el naufragio de tu mirada a mi lecho me devuelva triste y perdido.
Por que, dime, si de tus labios escarchados de mar y sal
matarme mañana habrán.

S.T.
(c) http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/
Del texto: Sílvia Tena

27/8/09

LA BARBERIA DE LA CALLE SEIS


La habitación de aquel motel era verdaderamente penosa; muebles medio rotos y una cama con los muelles desventrados. Pero no importaba, había llegado hasta allí con unos pocos euros que le había prestado su amigo Martín. 

La ciudad estaba casi desierta, las calles vacías y el asfalto parecía achicharrado bajo aquel sol implacable de agosto. De vez en cuando, los perros merodeaban por los basureros en busca de huesos y despojos. Se limpió el sudor de la frente con la mano y, de repente, notó el olor de la axila entre el aire sofocante de la tarde. Mañana se pondría el traje. Esperaba poder caber dentro después de tantos años. Y se pondría también la corbata. La ocasión lo merecía y quería estar presentable para mañana. Los puños de la camisa y los botones de la chaqueta le devolvían a la memoria imágenes y vestigios de un pasado que ahora le parecía lejano: cenas y reuniones con clientes, luego los dos niños, luego María y luego el divorcio. Pero no, mañana volvería a empezar de nuevo. Todo iría a cambiar mañana. 

Siguió las instrucciones de un plano de la ciudad que llevaba en el bolsillo. Giró la segunda calle a la derecha. Los comercios estaban cerrados y el aire olía a basura y a moscas. Salieron a su encuentro dos chiquillos de mirada salvaje y atuendo sospechoso. Lo miraron al pasar susurrando algo inaudible entre ellos. Por un momento se reprochó a sí mismo el haber sentido miedo. Dobló una esquina más y entró en un barrio algo más adecentado. Más allá de una pequeña tienda de ultramarinos vio una vieja barbería de las de antes. “Peluquería Raimundo”, se leía en el toldo que protegía la ventana del establecimiento. Apretó el paso. Empujó la puerta. No había nadie. El local estaba en penumbra y reinaba el silencio. Era raro; en el motel le habían dicho que el viejo Raimundo trabajaba hasta tarde. Oyó unos pasos a su espalda y se volvió. De la trastienda apareció un hombre, para su sorpresa, nada viejo.

-Está cerrado –dijo el hombre.

Por un momento, sintió una punzada de desaliento; sabía que si no iba aseado mañana, perdería la oportunidad a la que tanto le había costado llegar, así que sacó todas sus viejas armas de persuasión.

-Venga amigo. Vengo de fuera y eres el único que tiene el comercio abierto a estas horas. Y sin dejar que el hombre reaccionase, de una rápida zancada se dejó caer en el sillón de cuero rojo de la vieja barbería, arqueando el cuello para indicarle cómo quería el recorte de pelo. 

El hombre enjuto lo miró por unos instantes visiblemente contrariado pero, finalmente, cogió las tijeras. “Bueno, lo conseguí”, pensó repantigándose en la silla de barbero. Respiró tranquilo y se relajó mirando a su alrededor. Entonces lo vio todo. Vio al viejo Raimundo maniatado y amordazado que asomaba tras la puerta de la trastienda. Y vio al hombre enjuto y sus enormes manos ya muy cerca de él… el acero brillando entre sus dedos. 

[Publicado en la revista El Narratorio]. El Narratorio núm. 53 (Julio, 2020)


8/7/09

MALETA DE VIAJE


La luna rota... valles encubiertos... tu risa
-¿Vienes conmigo?
Aves del paraíso... la suave brisa de tus labios...
Revoloteo de golondrinas. Y tu risa.
Senderos abiertos... páramos verdes de hierba fresca en primavera...
El volcán encendido de tus pupilas...
Susurros de brisa adormilada. Y tu risa.
-Sígueme -me dijiste-.
Noches estrelladas al canto de los grillos
Cumbres nevadas de sal... ...Y tu risa, siempre tu risa.
S. T.
(C) http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/

5/5/09

LA MENUDENCIA DE LAS PEQUEÑAS COSAS

Todavía lo recuerdo.... Aquella fragancia a narcisos que subía del jardín... Teresa correteaba por la verja... y aquellas nubes de marzo deshilachadas se empeñaban en enredarse en mi memoria. Del lateral de la casa, por la ventana de Cecilia, se oían las notas del piano que, cada tarde, tocaba a Mozart una y otra vez. El encaje de la cortina que daba al salón, apenas se movía temeroso del baño que el sol de las siete entregaba dulcemente a la pared de la biblioteca.
Aún recuerdo cuando me embelesaba mirando las partículas de polvo que flotaban caprichosas por aquel haz dorado del atardecer. Una mesilla redonda repleta de cajitas de nácar y un ronco reloj de cuco completan mis recuerdos de aquel lugar.
Desde el sillón azul descansaba Leo y acurrucaba su hocico en el mullido cojín de brocado que tía Úrsula había traído de Paris. Y pensaba....sí, éste debe ser el dulce sueño de las tardes de marzo, cuando el tiempo se detiene a contemplar la menudencia de las cosas diminutas.
S. T.

25/3/09

DE UTOPÍAS, PÉRDIDAS Y OTROS RECUERDOS


A veces llega un momento en que te haces viejo de repente, decía una canción al hablar de dolor, pérdidas y otros desencuentros cuando ya no hay vuelta atrás para la remisión. Es irónico, pero te puedes pasar la vida buscando quimeras y la vida va, y te clava un puñal sin avisar.
El domingo sonó el teléfono... Hace una semana mataron de un navajazo a Nacho. Iba con unos colegas de cervezas y a la salida de un Pub, intentaron intimidarle. El sacó su chirriosa voz de cazalla regurgitada, cuando, no sé por qué rincón, asomó el filo de un cuchillo y, de un plumazo, le desgarró el costado. Nacho era un viejo rocker, huérfano de afecto, musiquero hasta la médula; vivía por y para su guitarra. Era amigo íntimo de un chaval que, años después, acabaría con sus huesos en la cárcel por un lío de drogas. Siempre soñó con vivir al borde del abismo...
Se te encogía el alma de pensar en sus excesos. “Vives demasiado despacio, piolín –como él me llamaba- y sólo tienes un abrir y cerrar de ojos para vivir”. Siempre se revestía de una solemnidad típica de hermano mayor cada vez que me decía estas cosas, casi siempre con los ojos entornados tras la nube de su cigarro, cada vez que tomábamos café a la salida de la Facultad.
Recuerdo que me hablaba de sus sueños; montaría un grupo de rock con “El Pintas” y el bonachón del “Botas”. Vestíamos camisas de franela y nuestras madres se mortificaban de vernos cada día con tejanos sucios y medio raídos. Nada importaba entonces. Nacho y su panda, malbarataron su juventud en la calle, en la noche, en el exceso... Vivió la cocaína, las bandas, las peleas en la noche, el Rock&Roll empaquetado en vinilo y, sobre todo, aquella vieja utopía que nos perseguía a todos.
Ahora un furtivo cuchillo ha acabado con aquella utopía. Aún me parece oír su voz cantando a grito quebrado viejas versiones de Los Ramones. Después vinieron las manifestaciones y las huelgas en la cantina de la Universidad. No entendíamos muy bien qué diantre era todo aquello, pero olía a rebeldía y libertad y aquella adrenalina, gritada a toque de pulmón, daba sentido a nuestras vidas entonces. Pero eso fue entonces, sólo entonces…
Nacho era un superviviente de sí mismo; unos años antes le había tenido que enseñar los dientes a la muerte; un cáncer podría las entrañas de su madre ante la mirada impávida de un padre alcoholizado de derrotas y maltrato. Jamás fue capaz de digerir aquel trago... y años después, su tendencia a vivir sin medida y al desaliño nos arrasó a todos... Parecía predestinado a brillar en la música de sucios tugurios, pero el afán por lo desbordado pudo con él.
Le encantaba disfrazarse de decadencia y fracaso hasta rayar la obscenidad. Se emborrachaba por las tardes, gritaba despropósitos por doquier y hablaba de un extraño amigo suyo yanki que un día vendría a llevárselo para hacer las Américas en moto... Un tiempo después, le habló de amor a una chiquilla de ojos gitanos y cabello negro que le dio un hijo escuálido, inquieto y enrabietado.
Nacho era así; excesivo hasta en su persona. Era una performance de sí mismo. La pasión se le escapaba por los ojos mientras aumentaba su esperpéntica e ingente colección de motos, escándalos, rubias y fracasos.
Y la cosa no terminó bien; no podía terminar bien. Empezamos a perderle de vista. Unos contaron que intentó suicidarse, otros le vieron en algún antro oscuro mal vestido, y con la barba empapada de vodka y desamor, otros que se escapó de sí mismo a lomos de un billete a Kansas... Se estaba convirtiendo en un esperpento de su propia sombra hasta quedar aniquilado... desmenuzado a pedazos.
Luego se precipitó todo... y a todos nos despertó, de repente, la década de los “40 y tantos”... No sé quién ya dijo en alguna ocasión que cumplir los 40 es atravesar la línea de la sombra, el momento en el que descubres que no hay quimeras, que no hay grandes sueños; sólo realidad a borbotones. Y nos dolieron aquellas pérdidas... y nos dolieron aquellos años en que nos asustaba el hastío y nos deleznaba la rutina.
Hoy vuelve a ser Domingo de nuevo, y.... ya hace una semana que le cortaron la utopía a Nacho. Se nos acabó el sueño de una vida al borde del abismo... y nos empachamos de “realidad” sin remisión, sin vuelta atrás…
S. T.