ALGUNOS DERECHOS RESERVADOS

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23/1/21

 OPIO PARA SOÑAR
 



Estos días, la alfombra roja de los premios Oscar del cine, el último estreno de Netflix, la semana Castelló Negre o el EMAC de Borriana coincidían en el tiempo con el éxito de Parásitos y la muerte de George Steiner. Lo micro y lo macro tienen, muchas veces, el mismo signo. Ya lo pronosticó Walter Benjamin; los grandes cambios en la forma de reproducción y distribución de la cultura han provocado tal expansión del mercado cultural que ya no se puede hablar de cultura de masas sino de lo que Theodor W. Adorno llamó “industria cultural”, es decir aquella que es capaz de fabricar a gran escala productos culturales que gustan a grandes cantidades de personas y que, por tanto, se consumen masivamente reportando grandes beneficios lucrativos a los propietarios de las cadenas de producción. Esta industria, de gran impacto macroeconómico, se sirve de herramientas como el marketing o las leyes de la mercadotecnia. Este hecho, que a priori no tiene nada de negativo, acaba provocando la mercantilización de la cultura, la merma de su artisticidad, y una consecuencia mucho más nefasta: el empobrecimiento espiritual, la pérdida del sentido crítico y de la autonomía cognitiva del consumidor cultural. El ritmo dinámico, cambiante y repetitivo de la industria cultural (ferias anuales, semanas del cine negro, festivales de primavera…etc.) y su aparatología maximizadora han modificado nuestra experiencia de la cultura. Como decía Stefan Zweig ha cambiado la cosmovisión de nuestro mundo. Si Marx habló de religión como opio del pueblo, Adorno califica a la industria cultural como el opio del mundo globalizado. Si el arte popular preindustrial nacía espontáneamente de las masas, la industria cultural postcapitalista no surge de ellas sino de los propietarios de las cadenas de producción, los cuales cuantifican, analizan en estadísticas y audiencias y diagnostican al consumidor para adecuar el nivel y la categoría de sus productos. Las nuevas industrias culturales nos empaquetan el sueño eximiéndonos de la necesidad de soñar, nos alimentan a base de imágenes prefabricadas, nos planifican los deseos. Esto no significa que no existan productos culturales de calidad, pero si queremos superar la estandarización a la que somos sistemáticamente sometidos, es necesario ensayar otras interpretaciones más allá de la unidimensionalidad del repertorio de soluciones ofrecidas. Como le ocurre al personaje Joan Daras de la novela L’Ultim dels valencians de Guillermo Colomer que emerge para corregir los destinos de una sociedad sumergida bajo siglos de inconciencia, nuestra sociedad globalizada debe apostar por el conocimiento y la creatividad sin paliativos, como motores de cambio pues es en la diferencia, es en el desvío donde se halla concentrada toda esperanza.  © Silvia Tena

El Mundo 16.02.2020

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2020/02/16/5e498be121efa05f028b45b6.html

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