ALGUNOS DERECHOS RESERVADOS

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24/1/21


BCNEGRA 2021. 

MESA REDONDA CON OLGA MERINO, SERGIO DEL MOLINO Y VICTOR DEL ARBOL. MODERA: FRANCESC SALGADO 

Una interesante reflexión en torno a cómo las nociones de "territorio", "identidad" y "extranjería" influyen en la creación literaria y el escritor. #Bcnegra2021 #novela #narrativa #identidad #territorio 


23/1/21


IMAGINANDO MUNDOS NUEVOS (PRIMERA PARTE)  

 Confinamiento, ciudades vacías como en la peor de las plagas bíblicas, semáforos alumbrando en el vacío; los grandes focos urbanos convertidos en focos de infección, contagio y pandemia. Por el contrario, la naturaleza, en donde la mano del hombre no llega, nos advierte en medio de su esplendor primaveral que hace ya mucho tiempo que un buen día decidimos desconectarnos de ella. El paisaje rural reluce ahora como promesa de una Arcadia perdida, un Olimpo que nos reconecta con lo que fuimos, con lo que añoramos haber sido. ¿A quién acogernos ahora cuando más precisamos de esa reconexión? Dicen que, así como la Historia (salvando manipulaciones y otras injerencias) recopila el pasado con cierta capacidad para anticipar el futuro, la Literatura lo hace sin reservas. Es hora de rescatar esa reflexión pausada a la manera en que sólo las religiones, la filosofía o la literatura saben hacer. La última de ellas, la literatura, en ocasiones se avanza, en otras preconiza y en las más de las veces, nos coloca ante los ojos el espejo de lo atemporal, de lo que es universal en todo ser humano. Hace tiempo que observo en el mundo de la Cultura un retorno a lo (mal llamado) neo-rural. Pero no un rural que nos habla de la brutalidad sórdida de una España cruel y racial como dibujaron Delibes, Benet o Cela, sino un rural donde un nuevo trasfondo angustiosamente existencialista trasciende entre sus páginas. Hace poco leía que la única forma de sobrevivir es yendo a la deriva. Son palabras duras de la protagonista de una novela que golpea allá donde el hombre ha ocasionado la peor de las heridas: la profunda inadaptación humana al medio. La Forastera, la más reciente novela de Olga Merino (Barcelona, 1965), llega para mostrarnos que la depredadora devastación humana ya no es sólo externa, sino que si algo hace es sacudir los cimientos de nuestro interior, de nuestra esencia como seres vivos, un tema que también recoge Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) en boca del niño protagonista de Intemperie. Tal como nos enseñan estos personajes, urge volver a conectar con la furia del verde de un bosque y sus cambios de color, sus plantas, los olores de la tierra y los matojos, los insectos pertinaces en el prado, el crepitar de una cebolla en la sartén, las margaritas silvestres en el campo o el crujido de los cardos peinados por el viento silbante, si de verdad queremos averiguar cómo desandar el camino y regresar a las raíces míticas. Y ello, no solamente para reencontrarnos con la naturaleza, sino para hallar el valor de la pura existencia del hombre sin disfraz alguno. Y de paso, hallar tanto la mezquina pequeñez como la grandiosa nobleza humana dentro de nosotros mismos. © Silvia Tena 

El Mundo 12.04.2020


 LA BANALIZACION DEL MAL

 El mal se ha analizado desde todos los puntos de vista posibles y, lo que es peor, se lo ha venido justificando considerándolo parte inexorable de la condición humana. Maquiavelo lo hizo depender de las circunstancias y Hobbes lo categorizó. Pero sería Hannah Arendt, quien señalaría que, cuando la falta de criterio, la indiferencia o la cobardía anidan, la trivialización y el vacío de pensamiento llevan al mal. Esa trivialización es la que asoma cada vez que se niega la existencia de la violencia machista; cuando alguien relativiza la pederastia; cuando se maquillan grandes evasiones de capital o cuando se equipara agresores con víctimas. Eso por no hablar de catástrofes humanitarias como los refugiados desplazados por Erdogan, donde nadie parece haberse conmovido con las imágenes de niños gaseados. Esto en una comunidad civilizada (y bien informada), provocaría un rechazo social explícito. Por supuesto que una sociedad no puede ser homogéneamente inmaculada, pero hay una diferencia entre una sociedad plural y otra infectada de manipuladores y seres incívicos. Desde el voyeurismo de la pantalla del ordenador, estos días de autoconfinamiento por el CoVid-19, me llegan imágenes como las de Irán liberando 70.000 presos, o los motines en las cárceles del norte de Italia ante la restricción del régimen de visitas, o centenares de personas huyendo a sus segundas residencias sin importar el agente de transmisión que eso conlleva. O gente en los supermercados robando alientos del carro de otro cliente. ¿Qué nos ha pasado? Es hora de parar máquinas. Este confinamiento forzoso llega para romper dinámicas sociales. Viene para obligarnos a pensar en todo lo que hemos dado como bueno hasta ahora, en todo lo que hemos dejado de decidir, delegándolo en unos pocos, en cómo nos hemos puesto en manos de un sistema de explotación económico, humano y ecológico que ahora se agota. La amenaza vírica nos ha dejado imágenes como la de teatros y museos cerrados que nos hacen sentir que sin la cultura somos más pobres de espíritu. O fotos inauditas de una Venecia o una Florencia vacías, sin turistas, donde la arquitectura recupera una belleza que parecía relegada a las películas de Sorrentino. Cuando la masa desaparece, cuando el consumismo salvaje afloja, el mundo se deja contemplar de nuevo. Las cosas respiran su belleza natural; sin nosotros, los depredadores. Por contra, los lugares del planeta donde se hacina la humanidad, han mutado en focos de propagación y muerte: hoteles en Abu Dabi o cruceros como el Diamond Princess que recuerdan a aquellas arcas de Noé de Godard o Fellini, sólo que en lugar de promesa de vida son ahora símbolo de naufragio ecológico y cultural. La lección que nos trae la pandemia no debería de ser un paréntesis molesto para seguir como hemos vivido hasta ahora. Hace poco, Daniel Gamper insistía en hacer del confinamiento un acto de solidaridad. Hay que generar nuevas sinergias, nuevas redes de ayuda entre ciudadanos, aportar nuestros activos (los que sean) para el bien de los demás. Estos días, por las redes, los confinados nos regalábamos mutuamente recetas, tablas de gimnasia, capsulas culturales, conciertos de ópera grabada, las televisiones de pago abrían sus contenidos, los museos se movilizaban digitalmente. Hay que ir pensando en otra organización del mundo. Hay que desaprender a vivir. Amar el tiempo, redescubrir al amigo, al ser querido. Esta pandemia nos da la señal de alerta sobre los límites del planeta, el consumismo galopante, los hachazos a la Sanidad o las políticas tóxicas de unos y otros. Si después de esto, no viene ningún cambio de estructura social a nivel planetario, una que coloque al ciudadano en el centro, caeremos de nuevo, ciegos y aborregados, en un crucero hacia ninguna parte, como en un viaje del Imserso, deslumbrados ante un rutilante escenario de cartón piedra que sólo esconde precariedad y trivialidad. Vigilen con la banalización; si se cuela en nuestras vidas, después, solo queda el abismo. © Silvia Tena

El Mundo 16.03.2020

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2020/03/16/5e6ec297fdddffe2bf8b4572.html


 OPIO PARA SOÑAR
 



Estos días, la alfombra roja de los premios Oscar del cine, el último estreno de Netflix, la semana Castelló Negre o el EMAC de Borriana coincidían en el tiempo con el éxito de Parásitos y la muerte de George Steiner. Lo micro y lo macro tienen, muchas veces, el mismo signo. Ya lo pronosticó Walter Benjamin; los grandes cambios en la forma de reproducción y distribución de la cultura han provocado tal expansión del mercado cultural que ya no se puede hablar de cultura de masas sino de lo que Theodor W. Adorno llamó “industria cultural”, es decir aquella que es capaz de fabricar a gran escala productos culturales que gustan a grandes cantidades de personas y que, por tanto, se consumen masivamente reportando grandes beneficios lucrativos a los propietarios de las cadenas de producción. Esta industria, de gran impacto macroeconómico, se sirve de herramientas como el marketing o las leyes de la mercadotecnia. Este hecho, que a priori no tiene nada de negativo, acaba provocando la mercantilización de la cultura, la merma de su artisticidad, y una consecuencia mucho más nefasta: el empobrecimiento espiritual, la pérdida del sentido crítico y de la autonomía cognitiva del consumidor cultural. El ritmo dinámico, cambiante y repetitivo de la industria cultural (ferias anuales, semanas del cine negro, festivales de primavera…etc.) y su aparatología maximizadora han modificado nuestra experiencia de la cultura. Como decía Stefan Zweig ha cambiado la cosmovisión de nuestro mundo. Si Marx habló de religión como opio del pueblo, Adorno califica a la industria cultural como el opio del mundo globalizado. Si el arte popular preindustrial nacía espontáneamente de las masas, la industria cultural postcapitalista no surge de ellas sino de los propietarios de las cadenas de producción, los cuales cuantifican, analizan en estadísticas y audiencias y diagnostican al consumidor para adecuar el nivel y la categoría de sus productos. Las nuevas industrias culturales nos empaquetan el sueño eximiéndonos de la necesidad de soñar, nos alimentan a base de imágenes prefabricadas, nos planifican los deseos. Esto no significa que no existan productos culturales de calidad, pero si queremos superar la estandarización a la que somos sistemáticamente sometidos, es necesario ensayar otras interpretaciones más allá de la unidimensionalidad del repertorio de soluciones ofrecidas. Como le ocurre al personaje Joan Daras de la novela L’Ultim dels valencians de Guillermo Colomer que emerge para corregir los destinos de una sociedad sumergida bajo siglos de inconciencia, nuestra sociedad globalizada debe apostar por el conocimiento y la creatividad sin paliativos, como motores de cambio pues es en la diferencia, es en el desvío donde se halla concentrada toda esperanza.  © Silvia Tena

El Mundo 16.02.2020

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2020/02/16/5e498be121efa05f028b45b6.html

 


AUSCHWITZ Y PERFUMES DE LUJO

Estos días se han cumplido 75 años de la liberación de Auschwitz. Las televisiones, periódicos, redes sociales y hasta el cine han tirado de hemeroteca y han vuelto a mostrar muchas de aquellas viejas imágenes que tanto impactaron en los cincuenta; amasijos de cuerpos calcinados, trajes a rayas, cabezas rapadas y rostros famélicos. Hace poco, contemplando las imágenes elegidas por Sam Mendes para su último filme «1917», reflexionaba sobre cómo de importante es, y sigue siendo, la dimensión política de las imágenes. Las imágenes (muchas de ellas), siempre han estado vinculadas a esta cuestión; baste recordar que hoy en día muchas personas graban las manifestaciones con su teléfono móvil. Como señaló Didi-Huberman, la imagen incita y reclama a quien la observa, pero también es cierto que el bagaje de quien observa no se puede excluir del fruto que saque de lo observado. Somos lo que vemos. Vemos según somos. Pero el problema es cuando vemos sin ver, cuando miramos sin observar. Son más eficaces las imágenes del horror de Goya o Picasso que cien mil móviles filmando escombros de los edificios de Siria o atentados como el 11-S; más los paisajes líricos de Godard o Vermeer que los documentales geográficos; más las ciudades de Kracauer, Pasolini, Eisenstein o Cartier-Bresson que los anuncios publicitarios de coches recortados sobre un fondo de rascacielos y asfalto. Y ello porque más que banalizarse las imágenes, lo que se ha trivializado es nuestra mirada. Nos hemos acostumbrado a la banalización porque no nos han dado los elementos del testimonio mismo. ¿Cómo se puede informar sobre los terribles sucesos de Siria y a continuación dar una receta de cocina o los deportes?  Ésa es la inmensa responsabilidad de los Mass-media: el manejo de las imágenes. Hay periódicos que en una doble página muestran el cuerpo mutilado de una víctima de una masacre y, al lado, un modelo de Dior anunciando un perfume exclusivo. Desproveer a las imágenes de su potencial es también una estrategia de poder. La primera vez que se publicó la fotografía de Robert Capa Muerte de un miliciano, lo hizo Life enfrentándola a un anuncio de dentífrico estableciendo así una equivalencia que busca hacer la imagen «inofensiva», «vacua». Nuestro gran error es pensar que sólo se mira con los ojos. Se mira con todo el cuerpo y, en segundo lugar, con el lenguaje. Mirar es un trabajo, largo y duro. Cada imagen nueva requiere un trabajo nuevo, reaprender a ver y a hablar. Y para ello, hay que devolver el poder a la imagen. Ante la tiranía normalizadora de Facebook, Twitter o Instagram, hay que buscar lo diferencial, la lírica, la capacidad de ahondar en las cosas. En definitiva; el poder de la imagen como constructora de relato.

© Silvia Tena
https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2020/02/03/5e37d18dfdddff0a0a8b458d.html

PRESENTACION DE "LA FORASTERA" DE OLGA MERINO EN LAIE DE PAU CLARIS 

Lleno hasta los topes en la presentación de La Forastera de Olga Merio, un wenstern contemporáneo con tintes negros. Lectura recomendada. 


LA NOVELA UN PONT DE SILENCI DE CARME OSAN, PREMI AUTOR REVELACIÓ  

Una novela d'estructura clássica, lectura senzilla e imatges colpidores. Es la primera novel.la de l'escriptora Carme Osan. Edita: Peguim Random House-Mondadori


 


PUEDE QUE ESTO NO LE INTERESE

Hace pocas horas que se han cerrado los colegios electorales. Tras el escrutinio y los pactos, llega la hora de la verdad: la de pasar de las promesas electorales a los hechos. Hace tiempo que no veo partidos políticos que apuesten por un reforzamiento sin paliativos de la cultura. Nuestros políticos consideran la cultura un lujo superfluo, «prescindible» ante carteras como Sanidad, Economía o Política Exterior. Y es que, en nuestra sociedad (hija del postcolonialismo que ha hecho de nuestro mundo una gran Aldea Global), se considera útil sólo aquello que produce beneficios. Ya lo dijo Diderot: «el tiempo es demasiado precioso para perderlo en especulaciones ociosas». Vivimos en la era del homo economicus: todo está dominado por la lógica del utilitarismo, la productividad y las leyes de mercado. Las oscilaciones de la prima de riesgo justifican la sistemática destrucción de lo prescindible, por medio del recorte lineal del gasto. Por esa lógica, la música, las disciplinas humanísticas, la literatura, la libre investigación, el arte, el teatro o la arqueología, se consideran prescindibles. Pero no todo se debe a la crisis: ya lo dijeron Abraham Flexner o Tocqueville: el utilitarismo desacredita la necesidad de lo inútil pues esas cosas «superfluas» son percibidas como un peligro «por el simple hecho de existir» y porque pueden crear individuos críticos, cultos y, por consiguiente, difícilmente manipulables. Pero en una sociedad sometida a la dictadura de lo cuantificable, el conocimiento es la única forma de resistencia. Como dijo Nuccio Ordine la ausencia de Cultura «sin Cultura no puede haber democracia». Las instituciones son los templos donde preservar la excelencia del conocimiento. Un museo, una excavación arqueológica, un archivo o una biblioteca, son un tesoro que la colectividad debe preservar a toda costa. Urge un cambio de paradigma que incluya la gratuidad del conocimiento, una defensa de la libertad de la investigación y una unificación de los saberes: el científico y el humanístico (la «nueva alianza» de la que habló Ilya Prigonine). Un país donde no se comprende el arte, la literatura o la historia es un país de esclavos, dijo Ionesco. Sócrates en El Banquete explicaba a Agatón que el verdadero conocimiento es aquel que puede transmitirse de un ser humano a otro de una manera natural «como fluye el agua a través de un hilo de lana desde un recipiente lleno hasta otro vacío». Sólo el conocimiento compartido nos enseñará lo invisible. Y puede ser compartido sin empobrecer a quien lo difunde. Al contrario: enriquece a quien lo transmite y a quien lo recibe. Pero, como nos han enseñado que todo esto es prescindible, quizás todo esto no interese. © Silvia Tena

El Mundo 11.11.2019

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2019/11/11/5dc89b04fc6c832f7c8b456f.html


 


BAJO EL PARAGUAS

Llovía en París. Yo esperaba pacientemente en la cola de la taquilla del Centro Georges Pompidou junto a un centenar de mujeres, abuelos con nietos, adolescentes y hasta ejecutivos. En Europa, la oferta cultural atrae masas. Mientras los museos europeos son un mercado con más del 48% de las visitas mundiales, los equipamientos españoles se quedan con un modesto veinteavo puesto en el ranking mundial. Algo no hacemos bien.

Estos días se publicaban las conclusiones de la encuesta sobre Hábitos y Prácticas Culturales en España 2019 que, cada cuatro años, elabora el Ministerio de Cultura donde, por comunidades autónomas, la valenciana no salía demasiado bien parada. El interés de los valencianos por la oferta expositiva, no llega a los cinco puntos lo cual nos sitúa en la doceava posición en un ranking encabezado por Madrid y Baleares. Los porcentajes de asistencia a espectáculos de artes escénicas también caen, al igual que el cine y sólo el sector de los macro festivales y las plataformas por streaming ascienden, según informes, tanto del Ministerio como de la SGAE. Hace poco la Generalitat y la Universidad de Valencia publicaban los datos de la encuesta Participación Cultural en la Comunidad Valenciana, la primera que se hace en territorio levantino. El dato es escalofriante: un tercio de los valencianos declaran no estar interesados en las actividades culturales que la Comunidad Autónoma les ofrece, alegando el alto precio de las mismas (31,2% de los encuestados) o, lo que es más preocupante; la «falta de interés» (en el 29,8% de casos). Lo primero es subsanable (de hecho, ya existen iniciativas al respecto como el Bono Cultural impulsado por Ximo Puig), pero el segundo es un mal endémico de difícil pronóstico. A mi juicio, es un problema que se tendría que abordar desde cuatro frentes. Frente uno: RACIONIZACION (todos los partidos políticos deberían contar con planes estratégicos culturales que definieran líneas claras de actuación). Frente dos: PROFESIONALIZACION (hay que superar, de una vez por todas, las fórmulas basadas en premios o en licitaciones públicas donde prima la oferta económica y no la calidad del proyecto, fomentando así la precariedad y la no profesionalización). Frente tres: INTERNACIONALIZACION (hoy por hoy, escasean los apoyos públicos para residencias de artistas, comisarios, críticos y gestores en el extranjero que les den a conocer las dinámicas globales tan necesarias en materia de cultura). Y frente cuatro: COORDINACION tanto entre las áreas culturales de las Administraciones como entre concejalías que, a menudo, están repartidas en áreas de difícil control o fiscalización, lo cual despierta recelos y voces demandando más transparencia y menos improvisación. Mientras no se resuelta esto, siempre nos quedará Europa, aunque sea bajo la lluvia, en la larga cola de la taquilla y con paraguas. © Silvia Tena

El Mundo 28.10.2019

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2019/10/28/5db607fefdddff37258b461d.html



APARIENCIAS ENGAÑOSAS

Desde los scape rooms hasta la realidad aumentada o los mappings digitales, las propuestas inmersivas están por todas partes. Estos días leía que la exposición Van Gogh Alive, que se puede ver en el Ateneo Mercantil de Valencia, se prorroga tras lograr largas listas de espera y más de 70.000 visitantes. Estas muestras, basadas en un juego de luces, música, imágenes virtuales y hasta fragancias, son la última moda en Europa, donde últimamente han proliferado ejemplos como Van Gogh digital experience, Meet Van Gogh o El Oro de Klimt. Vivimos en la economía del espectáculo donde la gente contrata experiencias, aseguró Lonnie Hanzon en la Cumbre inmersiva de Denver, organizada el mes pasado por la Universidad de Colorado. Sin duda son propuestas capaces de transportarnos a otras realidades; gigantescos montajes escenográficos capaces de provocarnos una inmersión fuera del mundo real. Pero no se equivoque, lector, la textura de la pincelada de Van Gogh, o los brillos de Klimt no están allí. No queda nada allí del “aura” irreemplazable de la obra de arte de la que tanto habló Walter Benjamin. Por supuesto que es positiva (y mucho) la aplicación de las TIC en museos y exposiciones, pero siempre que complete o contextualice la percepción del objeto. No se lleven a error: interpretar las claves de la obra de Van Gogh tan sólo es posible desde lo cognitivo, a su vez favorecido por el contacto con el objeto. En una exposición inmersiva el objeto se ha eliminado en favor de una escenografía que tan sólo apela a lo sensorial. En una exposición a la clásica, con objetos originales, se conjugan una serie de servicios altamente especializados (permisos de importación, aduanas, permisos ministeriales, escoltas policiales, seguros a todo riesgo, embalajes inertes, medidores de impacto, de humedad, de temperatura…y un largo etcétera), todos ellos encaminados a hacer posible el acceso al objeto (que a menudo es traído de la otra parte el mundo o se presenta, inédito, procedente de alguna colección privada). Seleccionado el objeto, éste es colocado en el centro del sistema discursivo y se sirve al público arropado por un discurso curatorial, un folleto de sala, una audioguía, una conferencia, un catálogo, un programa público… Es decir; un producto total pensado para aportar una historia, una reflexión, un conocimiento. En el espectáculo inmersivo, el objeto y su marco discursivo desaparecen. Allí sólo hay rutilantes luces y fogonazos, que deleitan nuestros sentidos mientras inflan las arcas de un sector empresarial que ha detectado la gallina de los huevos de oro en esta burbuja de lo virtual. El fenómeno amenaza con rozar la frontera de parque temático bajo la engañosa apariencia de acontecimiento artístico. © Silvia Tena

El Mundo 13.10.2019

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2019/10/13/5da3872cfdddff1c9a8b4608.html


 


ENSEÑAR A VER

Todos modificamos el paisaje que vivimos. Desde que lo miramos, ya lo estamos «inventando»; cuando movemos una piedra o talamos un árbol, cercenamos esa armonía que se viene repitiendo desde mucho antes de que el ser humano poblara el planeta.

La semana pasada, el Congreso de los Diputados aprobaba la declaración de «emergencia climática» con 311 votos a favor y 24 en contra. Muchas instituciones corrieron enseguida a exhibir su apoyo. Protestar o mostrar adhesión a la causa está muy bien, pero de postureo no vive el planeta. Mientras el Congreso aprobaba el Acuerdo, yo me encontraba asistiendo a un acto organizado por la Fundación César Manrique por el centenario del nacimiento del artista canario, el gran defensor de la sostenibilidad y el que mejor supo integrar arte y paisaje, dando valor al territorio. La ocupación desmedida del suelo acaba destruyendo la naturaleza y, por lo tanto, al ser humano –decía Manrique-. «Hay un fenómeno que tenemos la obligación de difundir, que es, sencillamente, enseñar a ver pues el mejor negocio de un país es su cultura y paisaje. Se puede salir de la pobreza –decía refiriéndose su isla natal-. La belleza es la clave». Ya lo dijo Platón: la belleza, gran portadora de verdad, es transformadora. El planeta no necesita manifiestos, necesita que aprendamos a ver; con compromiso hacia el paisaje y el ecosistema, reivindicando la belleza de lo autóctono natural, situando en el mapa nuestros paisajes reinterpretados. Manrique cambió la mirada y cambió el futuro de su isla. Otros artistas como Chillida o Wolf Vostell, también. Si se copian modelos turísticos de otros lugares, ¿para que querrá el visitante venir hasta aquí? La avaricia histérica de la especulación urbanística nos llevó a la depredadora expansión del ladrillo en los años 70 y 80 cuando se alicataron nuestras montañas y se alfombraron de hormigón nuestras costas. Luego llegó la factoría Marina D’Or y su modelo low-cost. ¿Dónde está la mirada que nos diferencia? ¿Dónde la belleza y el respeto armónico con lo natural? Ciudades como Darebin han diseñado un plan de emergencia climática, mientras nosotros no hemos aprendido siquiera a mirar el paisaje como hicieron Manrique y otros. El resultado es la despreocupación por recursos naturales como el Desert de Les Palmes que, más allá de sus rutas senderistas o su monasterio, nos podría ofrecer –de la mano de un buen proyecto artístico/ecológico-, un sitio con una mirada que fundiese piedra, mar, senderismo, horizonte azul, belleza y paraje natural. Un paisaje reinterpretado que nos situara en el mapa y, a la vez, que nos soñara para la eternidad. Como hicieron los viejos faraones.  (C) Silvia Tena

El Mundo 29.09.2019

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MIEDO AL CAMBIO

Ni siquiera el ICOM, la mayor organización internacional de profesionales de los museos vinculada a la UNESCO, lo ha conseguido. El pasado 7 de septiembre se clausuraba en Kioto la Asamblea Extraordinaria del ICOM pero no hubo consenso para uno de los puntos más importantes de su orden del día: la nueva definición de museo. Más de un 75% de los votos optaron por seguir discutiendo la propuesta que un comité liderado por Jette Sandahl había presentado el pasado mes de julio en la 139ª Junta Ejecutiva del ICOM celebrada en Paris. La definición actual de museo (que tiene más de cuatro décadas de vigencia) ha quedado obsoleta: el museo ya no es un contenedor de objetos culturales sino un espacio físico, mental y emocional capaz de generar unas narrativas alternativas que nos hagan interpretar quienes fuimos, somos y (quizá) seremos como sociedad. La definición propuesta en Kioto no ha convencido y no lo ha hecho porque contiene conceptos que potencialmente podrían desestabilizar el status quo de los poderes fácticos políticos que hay tras la cultura, dado que incluye conceptos más acordes con la pluralidad actual del mundo en que vivimos como los de «dignidad humana», «diversidad», «inclusión universal», «democracia», «justicia social», «igualdad global» o «bienestar planetario». El miedo ya se palpaba antes de la Asamblea de Kioto; una buena parte de la comunidad del ICOM (que integra a más de 40.000 miembros en representación de más de 20.000 museos de todo el planeta), había manifestado sus reservas ante el cambio. La presidenta del ICOM DEMHIST, un comité encargado de la conservación de casas históricas y castillos, en asociación con otros comités internacionales, envió un comunicado a la Presidenta del ICOM Suay Akson y a su Director General Peter Keller, manifestando su malestar. Didier Rykner, fundador de la Tribune de l’Art, calificaba la propuesta de Sandahl de manifiesto ideológico y Hugues de Vaine, uno de los fundadores de la nueva museología en los años setenta, afirmaba que la propuesta no distingue un museo de un centro cultural asociativo o una biblioteca. Sea como fuere, y a pesar de que ciertamente el documento de Sandahl descuida cuestiones fundamentales respecto de la principal función de los museos con colecciones propias, un hecho es irrefutable: hay miedo a un cambio de paradigma. Y aquí viene la gran contradicción: el mundo del Patrimonio y la Cultura no deberían tener miedo a los cambios. La Cultura debe ser independiente si quiere ejercer bien su principal papel: el de ser espejo y fiel reflejo de la sociedad a la cual retrata y documenta.   © Silvia Tena

El Mundo 16.09.2019

https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2019/09/16/5d7fc873fdddffdb398b45c8.html